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Diario YA


 

Paralelamente a la memoria de la República, existe el legado de la tradición de los levantamientos contra los opresores

Polacos, ucranianos, lituanos y bielorrusos no se doblegan ante nadie

Prof. Andrzej NOWAK

Historiador, sovietólogo. Profesor de la Universidad Jagellónica, profesor titular del Instituto de Historia de PAN. Ganador del Premio Lech Kaczyński, Caballero de la Orden del Águila Blanca.

En 2023 se cumple el 160º aniversario del Levantamiento de Enero. A pesar de los años transcurridos, los ecos de esta rebelión armada siguen presentes en el debate público. La importante y difícil pregunta: “¿luchar (por la libertad del propio país) o no luchar?” sigue siendo recurrente en la Europa Central actual.

El significado y la trascendencia de la gesta del Levantamiento de Enero no pueden entenderse sin el contexto histórico de toda la región de Europa central, el actual territorio de Polonia, Ucrania, Lituania y Bielorrusia.

El aspecto dominante al echar la vista atrás a los más de trescientos años de la República de las Dos Naciones, habitada y creada por aproximadamente diez generaciones de ciudadanos, sigue siendo la tradición de libertad y ciudadanía, configurada por algo más de doscientos sejms (parlamentos), por miles de asambleas en los sejmiks (parlamentos locales). El profundo arraigo de esta tradición hizo que las personas que se nutrían de la herencia espiritual del estado polaco-lituano, educadas mediante las historias de sus antepasados, no pudieran aceptar vivir doblegados ante nadie.

Los pueblos de las actuales Polonia, Ucrania, Lituania y Bielorrusia, en el pasado, elegían a sus propios gobernantes y tenían libertad personal y de propiedad, que constituía una garantía de seguridad frente a la violencia estatal. Nihil novi sine communi consensu – “nada nuevo sin el consentimiento de la comunidad” – éste era el principio sobre el que se fundaba la vida política de la República. Este principio era precisamente la base del espíritu de libertad que se negaba a aceptar la imposición desde el exterior de un estilo de vida no deseado. De él crece el deseo de independencia y la disposición a luchar por la causa más preciada, la causa de la dignidad y la libertad.

Paralelamente a la memoria de la República, existe el legado de la tradición de los levantamientos contra los opresores del XVIII. Sus orígenes se encuentran en la confederación conocida como Confederación de Dzików (1733), que fue el primer levantamiento contra la esclavitud, contra las potencias que arrebataron a Polonia su independencia dentro de sus fronteras de entonces. Esto quedó claro en 1733, cuando las tropas rusas entraron en la República para imponer un gobernante favorecido por la zarina de Rusia y el emperador austriaco, en lugar de uno elegido por el pueblo polaco. La reacción a esta situación fue el levantamiento. La Confederación de Bar (1768-1772) fue la siguiente rebelión armada contra un poder impuesto desde el exterior, en reacción a la humillación infligida a los senadores de la República por el embajador ruso, que los secuestró en el centro de Varsovia y los deportó a las profundidades de Rusia. Siguieron la insurrección de Kościuszko (1794), el Levantamiento de la Gran Polonia (1806), que condujo a la creación del Ducado de Varsovia en 1807, y el más famoso de todos, el Levantamiento de Noviembre de 1830/1831. Le siguieron rebeliones aún menos reconocibles: el Levantamiento de Cracovia (1846) y la serie de sublevaciones de la Primavera de las Naciones (1848).

En un período de 130 años (de 1733 a 1863), pueden contarse entre cinco y diez levantamientos, dependiendo de cuál consideremos. Esto significa que en una gran proporción de familias de origen noble y en muchas familias burguesas, y a veces incluso en familias campesinas, se conservaba el recuerdo de que hay que luchar por la propia dignidad, aunque la lucha sea aparentemente imposible de ganar; que persistir en una actitud de sometimiento y sumisión distorsiona la naturaleza humana y que no debemos doblegarnos ante nadie.

El hecho de fijar el inicio de la insurrección para enero de 1863, estaba relacionado con la branka ordenado por las autoridades: el reclutamiento forzoso en el ejército ruso, y era una respuesta al continuo crecimiento del movimiento clandestino, que contaba con unos 20 000 jóvenes juramentados. Entre el Levantamiento de Noviembre y el Levantamiento de Enero, en 1832-55, las autoridades rusas seleccionaron 200 000 reclutas procedentes del Reino de Polonia, una diminuta creación con una población de 4-5 millones de habitantes, de los cuales 175.000 se perdieron para siempre en manos del imperio ruso. La pequeña tierra del Vístula perdió 175 000 personas simplemente porque lucharon bajo coacción por el imperio ruso. La reacción de los insurgentes fue la expresión de desacuerdo a que la juventud local fuera obligada a morir en la línea del Cáucaso o en Kazajstán para gloria del emperador ruso. Por esta razón, se decidió emprender actividades insurreccionales precisamente en enero de 1863.

El estallido del Levantamiento de Enero provocó una crisis diplomática en la escena política europea. El acercamiento entre Prusia y Rusia, en respuesta al inicio del levantamiento, se encontró con la reacción de Francia, Gran Bretaña y Austria. En mayo de 1863 surgió la posibilidad de una guerra entre Rusia y las potencias occidentales.  Cuando decimos que el Levantamiento de Enero no tenía ninguna posibilidad de éxito, olvidamos este hecho. En realidad, ningún levantamiento ha estado tan cerca de provocar una guerra europea en la que el bando polaco tuviera la posibilidad de obtener ayuda exterior de los países occidentales.

Es un hecho poco conocido que fue entonces, como consecuencia del levantamiento de enero, cuando Rusia perdió Alaska. La amenaza de guerra con Gran Bretaña y Francia multiplicó el coste del servicio de la deuda rusa y esto, combinado con los altos costes de pacificación del Levantamiento de Enero, llevó a una situación en la que el tesoro ruso alcanzó de facto la bancarrota. El ministro de finanzas rogó al Zar que vendiera Alaska, finalmente por unos míseros 7 millones de dólares, para recaudar fondos y alejar así el fantasma de la bancarrota de Rusia. Merece la pena recordar que esto fue una consecuencia indirecta del Levantamiento de Enero.

Cabe destacar el carácter transnacional del Levantamiento de Enero. El símbolo de esta insurrección, que constituyó el último levantamiento común de los pueblos de la Primera República, fue el triple escudo de armas, que incorporaba no solo el Águila, sino también la Pahonia y  San Miguel Arcángel, símbolo de Kiev (Ucrania), donde el levantamiento, aunque más débil, también dejó su huella. El irredentismo de 1863 en Lituania fue poderoso y en él participaron casi exclusivamente campesinos que se rebelaron contra el mismo invasor contra el que había luchado la nobleza polaca, es decir, contra Rusia. Este país les había arrebatado no solo la libertad política, sino también la religiosa. Anteriormente, entre otros, en el Levantamiento de Kościuszko o en el Levantamiento de Noviembre, los nobles de ascendencia lituana, que a menudo hablaban polaco, iban hombro con hombro con los Koroniarz, es decir los polacos étnicos, luchando por la libertad contra un enemigo común. Esto confirma que la República no dejó de ser una unidad hasta 1863. En 2023, podemos decir que en la esfera espiritual continúa siendo así, como atestigua Ucrania.

Teniendo en cuenta el factor psicológico – la herencia espiritual de la República y la tradición de lucha por la libertad que vivía en la conciencia de los insurrectos del Levantamiento de Enero – así como el clima político que acompañaba la decisión de iniciar la insurrección, la afirmación popular de que el espíritu romántico polaco era la antítesis de la razón debe abandonarse. Esta creencia tiene sus raíces en la propaganda de la ilustración, dirigida contra la República. Ésta se intensificó sobre todo cuando el estado polaco-lituano empezó a recuperarse de su decadencia, cuando se preparó la legislación del Gran Seym y se aprobó finalmente la Constitución del 3 de mayo.

A partir del momento en que Stanisław August Poniatowski anunció su programa de reformas en 1764, se intensificó la propaganda, financiada por un lado por la zarina rusa Catalina II y por otro por Federico II, quienes contrataron a las cabezas y plumas más poderosas de la ilustración francesa y alemana, con Voltaire a la cabeza. La avalancha de textos que difaman a Polonia creada por esta multitud ilustrada consolidó una serie de estereotipos dañinos. Uno de ellos era la creencia de que los polacos son unos locos y unos románticos, que son capaces de intentar lo imposible. A todo esto hay que superponer la propaganda prusiana contra el levantamiento de Kościuszko, que lo presenta como un gesto romántico que acaba en tragedia para la República. Fue entonces cuando se popularizó la imagen de un Kościuszko desplomado que supuestamente pronunciaba las palabras Finis Poloniae!, es decir “¡el fin de Polonia!”.

No debemos olvidar que los levantamientos no son una especialidad exclusivamente polaca. Podemos encontrarlos como una parte muy importante de la tradición irlandesa, y también son una parte esencial de la identidad de Italia, Alemania, España, Hungría, pero también de Rusia, que ha tenido levantamientos victoriosos y que acabaron en derrota a lo largo de su historia. Lo que, por otra parte, determina la peculiaridad polaca, dando lugar al mismo tiempo a sospechas de romanticismo, es el hecho de que los levantamientos polacos tuvieron que enfrentarse no a un adversario, como en el caso de Irlanda o Hungría, sino a tres a la vez.

Tres potencias continentales: Rusia, Prusia y Austria, desmantelaron la República entre 1772 y 1795. La importancia de la cuestión polaca reside en el hecho de que afectaba simultáneamente a estas tres grandes potencias, lo que la convertía en un asunto de gran importancia y daba un carácter particularmente difícil a nuestra lucha por la independencia. Este hecho hace que la reanudación de una lucha cuyo objetivo era racional parezca una locura. La dificultad de la victoria se debió a la fuerza de los adversarios, que intentaron que Polonia no saliera victoriosa. Hoy, sin embargo, vivimos en un país libre, lo que constituye la mejor prueba de que los levantamientos no se perdieron.

Sin el recuerdo persistente de que Polonia existe, está viva y no ha aceptado el veredicto de las potencias, no habríamos recuperado nuestra independencia en 1918. Reivindicar constantemente la libertad forma parte de nuestra identidad. Tras la Primera Guerra Mundial, obviamente, el mapa geopolítico cambió. En 1918 Polonia no se alzó sola, sino junto a una serie de otros países, más pequeños, más débiles, que, al parecer, estaban condenados a la inexistencia frente a los intereses de los imperios. El hecho de que exista Ucrania, Lituania, Eslovaquia o incluso la República Checa viene determinado en cierta medida por la insistencia del pueblo polaco en el derecho de la nación a la independencia. Y esta es nuestra valiosa herencia. En cambio, quienes adoran a los imperios y creen que solo ellos deben dirigir el mundo porque son los garantes del orden, tienen derecho a condenar los levantamientos polacos. Por eso los recordamos.

Andrzej Nowak
Texto publicado simultáneamente con la revista mensual de opinión Wszystko Co Najważniejsze en el marco del proyecto realizado con el Instituto de Memoria Nacional y la Fundación Nacional Polaca.

 

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