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Diario YA


 

“El precio de la grandeza es la responsabilidad” Winston Churchill Político y estadista británico.

Por fin, el Rey, ha hecho ese ejercicio de alta responsabilidad

César Valdeolmillos Alonso Por fin, ante la situación de extrema gravedad provocada en España por los nacionalistas catalanes y quienes les apoyan, el Rey, que según la Constitución, su persona “no está sujeta a responsabilidad”, ha hecho ese ejercicio de alta responsabilidad, que desde hace tanto tiempo, los españoles, estábamos echando en falta.

Pero a pesar de no estar sujeto a responsabilidad legal alguna en los términos previstos en la Constitución, el monarca sabe muy bien, que cuando fue proclamado Rey de España, prestó un juramento: el de “desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”. Si los políticos que nos desgobiernan no lo hacen, el Rey, como Jefe del Estado que es, demostró a todos sentir la responsabilidad de ser el, símbolo de la unidad y permanencia de la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.

Felipe VI, consciente de la extremada gravedad de la situación que deliberadamente han provocado los nacionalistas que están al mando de las instituciones en Cataluña, y sabiendo muy bien lo que arriesgaba, tuvo los arrestos que las circunstancias exigen para exigir a los legítimos poderes del Estado que aseguren el orden constitucional, el normal funcionamiento de las instituciones y la vigencia del Estado de Derecho que algunos políticos pretenden ignorar.

La Corona ha expresado su firme compromiso con la Constitución y con la democracia, ha hecho patente su entrega al entendimiento y la concordia entre los españoles, y como Rey, puso de manifiesto su firme voluntad de velar por la unidad y la permanencia de España. Expresándolo de modo comprensible y sin florituras, lo que el Rey hizo, fue instar a los poderes del Estado, que desde la Ley, utilicen todos los medios a su alcance, para impedir la pretensión final de la Generalidad de que —ilegalmente— sea proclamada la independencia de Cataluña.

El desleal desafío de las autoridades catalanas al Estado, no solamente ha ido demasiado lejos, sino que ha provocado una temeraria fractura en la sociedad catalana que tardará mucho tiempo en desaparecer y ello, rectificando la política de educación que se ha venido practicando durante cuarenta años en la comunidad y poniendo mucha voluntad en la tarea de consolidar una nueva realidad común para el conjunto del pueblo español.

Las reacciones adversas al discurso del Jefe del Estado, de aquellos que claramente quieren destruir España, o las de quienes, no han tenido escrúpulos tras haber hundido a su partido, simplemente se valen del sistema democrático como pretexto para satisfacer sus ambiciones políticas personales, no se hicieron esperar.

Y lo cierto es que no sé cuáles son más deleznables, si las de aquellos que están absolutamente en contra del sistema y quieren sustituirlo por un régimen bolivariano o la de quienes diciendo que apoyan al Estado, a continuación piden al Gobierno que seas flexible y dialogue con quienes han conculcado la Ley, se han burlado de fiscales y magistrados, y lo que es más criminal aún: han abierto una brecha —que tardará generaciones en desaparecer— en la sociedad catalana, y han traicionado al Estado al que representaban.

Estos últimos, son aún más peligrosos que los que se muestran abiertamente en contra del sistema, porque no se puede situar en el mismo plano al delincuente y al que en el legítimo uso de sus atribuciones, pretende hacer que se respete la Ley.

¿Cómo se puede dialogar y confiar en que respete un acuerdo teniendo como interlocutor al permanente chantajista, que sabes que una vez obtenido más privilegios de los que ya ostentaba, pasado un tiempo, va a volver a plantear las mismas exigencias?

Los que juegan con dos barajas, escondiendo su verdadero rostro, no son tahúres del Misisipi, como Alfonso Guerra llamó a Adolfo Suárez, sino jugadores de ventaja que más tarde o más temprano se encontrarán frente a quienes les pongan fuera de la mesa de juego.

Eludir las responsabilidades, de momento, puede resultar una jugada hábil, pero es imposible eludir las consecuencias de haberlas eludido. El proceso de rebelión de los nacionalistas catalanes, ha sido un órdago al Estado, que ha sembrado quiméricas esperanzas en sus violentos seguidores, y ante los cuales no pueden retroceder, porque ellos mismos los quemarían en la hoguera.

Sin embargo, los golpistas son conscientes de que no van a poder materializar el envite, porque en última instancia, si las fuerzas de seguridad del Estado fueran insuficientes para contener los violentos desórdenes que es previsible que se produzcan, y si no hay otro remedio, el ejército tendrá que intervenir, por tercera vez en la Historia de Cataluña, detener a los responsables de todo este triste episodio, juzgarlos, condenarlos y que cumplan las penas de cárcel que les correspondan.

Lo que es difícil de entender, es que personas a las que se les supone medianamente inteligentes, ni por un instante hayan podido creer, que en el siglo XXI, podrían hacer realidad unas ambiciones, por las que ahora suspiran porque no son otra cosa que un funesto delirio. Se ha llegado a un punto en el que ya no caben malabarismos, juegos de manos, ni de palabras.

La misión del político, es siempre ardua y sacrificada. Hace del que la ejerce el espejo en el que los ciudadanos se ven reflejados. Si la imagen que el espejo proyecta está deformada, hay que cambiar el espejo.

Etiquetas:cataluñanacionalismo