Principal

Diario YA


 

PURITANISMO, HIPOCRESÍA Y NECEDAD

Manuel Parra Celaya. Ya tenemos otra vez a los ciudadanos escindidos en dos bandos de difícil reconciliación: quienes opinan que Luis Rubiales debe ser apartado fulminantemente de su puesto y condenado a las tinieblas exteriores,  y los que lo respaldan y aplauden. Hasta hace pocas semanas, la división se centraba en la aclamación entusiasta o censura sañuda hacia la cantante Amaral, por mostrar, de forma ostentosa y reivindicativa,  sus encantos en el curso de un recital. No sé hasta qué punto pueden coincidir esas trincheras abiertas con las preferencias hacia uno u otro candidato a gobernar España, pero todo podría ser.
    Les doy mi palabra de que hasta hace pocos días no sabía quién era el Sr. Rubiales; mi ignorancia al respecto venía dada -no lo duden- por mi nula afición al espectáculo-negocio del fútbol profesional y, en consecuencia, por seleccionar drásticamente mi atención en páginas y espacios temáticos dedicados a lo que antes era un deporte. No obstante, la insistencia de los medios, los comentarios pillados al vuelo en el metro o, en general, la atención de la gente (Pablo Iglesias dixit) no me han dejado otro remedio que entrar al trapo y comentar el escándalo con que finalizó el mundial femenino.
    Después de haberme informado, reflexionar a fondo y escuchar a las partes (con perdón), mi conclusión ha sido categórica: ¡hipócritas! Pues la hipocresía es uno de los inevitables correlatos del puritanismo, ese que nos agobia un día sí y otro también. Uno, como creyente de a pie,  siempre ha desconfiado de cualquier forma de puritanismo, tanto del conservador como del progresista -que es el que hoy más abunda-; mi desconfianza se acrecentó una vez cuando leí “La letra escarlata”, de Nathaniel Hawthorne, novela soporífera donde las haya, y por el hastío de las homilías progresistas y feministas de la España de hoy.
    Una voz amiga me informa de que el Sr. Rubiales tiene en su haber numerosos pecadillos y circunstancias acaso merecedoras de una sanción ética -no afirmaré si jurídica, Dios me libre-, al lado de las cuales es moco de pavo el que le endilgara el beso triunfal a la jugadora Jenni Hermoso, pero la polémica y la inevitable pena de telediario se han centrado en esta anécdota; ahora empezará un largo camino de denuncias, contradenuncias, posibles juicios y excomuniones, de esas que convierten la legalidad de un supuesto Estado de Derecho en páginas de una revista del corazón, aburren a los magistrados y amenizan las sobremesas y tertulias de los españoles idiotizados. Entretanto, pasarán a segundo plano las maniobras y propuestas de pactos, enjuagues y chalaneos de los arriba mencionados como aspirantes a presidir un Ejecutivo para España, especialmente con quienes se empecinan en negar a España; también, quedarán orillados temas tan poco importantes como los apuros de muchas familias para llegar a final de mes, los problemas de la Educación y otras menudencias por el estilo.
    Pero centrémonos en el hecho que nos ocupa -rectifico: el que llena páginas, portadas de telediario y controversias de tertulianos-, y en ese punto no puedo menos que ratificarme en mi mencionada conclusión anterior. El llamado progresismo, que abarca ese sinfín de ismos ideológicos que componen el Pensamiento Único es, de entrada, rematadamente cursi, además de sistemático falseador de la realidad; por otra parte, responde a los cánones de un ancestral puritanismo, lleno de aspavientos mojigatos, dengues y remilgos melindrosos; lo peor es que, en ocasiones, derivan incluso en leyes coercitivas, en intervenciones parlamentarias que harían sonrojar, por su estulticia, al propio Castelar o los tuits de inmediatez sorprendente e igualmente estúpida.
    Y, como decía, igual que todas las formas de puritanismo, encierra unas tremendas dosis de hipocresía, de esas que ya denunciaba Hesíodo (las dos alforjas) y el propio Evangelio (la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio). Una hipocresía selectiva en todo caso, que implica un rasgar de vestiduras (simbólico en el caso de la jefa de Sumar, por lo caro de su ropa) cuando se trata de sus tópicos preferidos (violencia machista, heteropatriarcado en acción, maltrato animal, calentamiento global…) y en un ponerse de perfil cuando el suceso no entra en sus coordenadas (por ejemplo, delitos cometidos por personas de trayectoria migrante o reales abusos sexuales en centros dependientes de sus directrices). En el caso Rubiales-Jenni, me parece una hipocresía el hecho de denunciarlo, no como extralimitación afectiva-erótica lamentable,  sino como agresión sexual.
    Toda esta munición puritana e hipócrita es fácil pasto y solaz para las masas que se caracterizan por su necedad y por el seguimiento borreguil de los medios de difusión y propaganda (antiguamente, agip-prop). En todo caso, ahora los amigos personales y políticos del Sr. Rubiales reniegan de él, lo que prueba la fragilidad de la naturaleza humana y confirma mi diagnóstico sobre la hipocresía progre. 
    En medio de esta agitación ciudadana, seguro que tampoco la derecha pedirá un poco de sensatez, pues se sigue caracterizando por no llevar la contraria a la corrección política, no sea que se espante la clientela…
 

Etiquetas:Manuel Parra Celaya