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Diario YA


 

Y CATALUÑA DECLARÓ LA INDEPENDENCIA

Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter El 22 de diciembre de 1935, en un mitin celebrado en Sevilla, José Antonio Primo de Rivera pronunció estas palabras: "España no es sólo esta tierra; para los más, escenario de un hambre de siglos. España no es nuestra sangre, porque España tuvo el acierto de unir en una misma gloria a muchas sangres distintas. España no es siquiera este tiempo, ni el tiempo de nuestros padres, ni el tiempo de nuestros hijos. España es una unidad de destino en lo universal. Esto es lo importante. Eso que nos une a todos y eso que unió a nuestros abuelos y unirá a nuestros descendientes en el cumplimiento de un mismo gran destino en la Historia. Y España no será nada mientras no recobre la conciencia y el ímpetu de esa unidad perdida".

Unos meses antes, a las 8 de la tarde del 6 de octubre de 1934, el genocida Luis Companys había declarado la independencia de Cataluña desde el balcón del Palacio de la Generalidad, provocando horas después que el general Batet, previa consulta al presidente del Consejo de Ministros, Alejandro Lerroux, declarase el estado de guerra al anochecer. Ante la resistencia de los líderes separatistas, el edificio donde se encontraban, en la Rambla de Santa Mónica, fue bombardeado, rindiéndose los sediciosos a la una de la madrugada. La independencia duró menos de 24 horas.

Hoy, en cambio, 83 años después, las cosas son muy diferentes. Puigdemont y sus mariachis declararon la independencia este viernes, 27 de octubre de 2017, pero la respuesta no ha sido un bombardeo, sino la aplicación del artículo 155 de la Constitución, una decisión adoptada por el Gobierno de Rajoy que además disuelve el Parlamento de Cataluña, cesa al presidente de la Generalidad y a todos sus consejeros, cesa también al jefe de los Mossos de Esquadra y convoca elecciones regionales para el 21 de diciembre. Este viernes, al contrario que en 1934, Puigdemont no salió al balcón del Palacio de la Generalidad, dando a todos la sensación de que su declaración de independencia había sido más virtual que real.

Y es que, ese es uno de los problemas del tiempo presente, que todo parece virtual y de mentirijillas. Es prácticamente imposible tomarse en serio a gente como Puigdemont, Junqueras, pero también a Pablo Iglesias, a Pedro Sánchez y un largo etcétera. Como suele decir Juan Manuel de Prada, son chiquilines consentidos o bien profesionales de la demagogia, con piquito de oro los más avispados, pero con el mismo vacío interior, con la misma falta de patriotismo, con la misma ausencia de devoción por España. Rajoy ha respondido como buen tecnócrata que es, en plan leguleyo, con la Carta Magna en la mano, porque lo de llamar a las tropas hace tiempo que no se lleva, no sabemos si para bien o para mal. Pero aunque los tiempos hayan cambiado, hay cosas que jamás cambiarán, como la respuesta emotiva que producen en las personas ciertos acontecimientos importantes. Para el Gobierno de Rajoy ha sido relativamente fácil, una vez conseguido el apoyo del PSOE y Ciudadanos, aplicar un artículo constitucional y destituir a unos mandarines sediciosos que, por cierto, hace tiempo que deberían estar entre rejas.

Pero las consecuencias de aplicar el artículo 155 las vamos a ver a partir de hoy seguramente, cuando los separatistas se echen a la calle e intenten defender por la vía de la fuerza lo que jamás podrán conseguir por la vía jurídica, es decir, la independencia real de Cataluña. Y será entonces cuando se produzca el verdadero choque de trenes, el choque de la fuerza ilegítima de los separatistas contra la fuerza legítima del Estado, personificada en nuestra Policía y nuestra Guardia Civil. Ya dijimos hace semanas que esto ya no era un asunto político, ni jurídico, sino simplemente una lucha de fuerzas opuestas.

Será casi imposible recomponer la quiebra de la convivencia en Cataluña. Como decía José Antonio, la unidad no es una cuestión de leyes, ni de decretos, ni de artículos constitucionales, es una cuestión emocional y espiritual. Y los dos partidos que han gobernado en España los últimos treinta años han permitido que en esa parte de la geografía nacional haya crecido un sentimiento antiespañol que durante décadas era prácticamente anecdótico. Porque para ellos, para esos dirigentes, lo importante nunca ha sido España, sino sus pequeñeces partidistas; nunca ha sido lo importante la permanencia de esta unidad de destino en lo universal, sino mantener en el redil a un electorado facilón que siempre se ha conformado con que no gobierne el de enfrente. Y así hemos llegado a este nuevo episodio, triste y penoso, aunque seguramente más virtual que real, de nuestra reciente Historia.

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